“Hay grandes hombres que hacen a los demás sentirse pequeños.
Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes” (Charles Dickens)
En Colombia, como en el resto del mundo, la violencia se manifiesta en diversas modalidades y espacios de socialización. En el caso de la familia, la violencia es una realidad de siglos atrás dentro de la dinámica de interacción entre sus miembros. La violencia intrafamiliar y el castigo físico se vinculan al contexto social como expresiones inmersas en la cultura del país.
En Colombia, como en el resto del mundo, la violencia se manifiesta en diversas modalidades y espacios de socialización. En el caso de la familia, la violencia es una realidad de siglos atrás dentro de la dinámica de interacción entre sus miembros. La violencia intrafamiliar y el castigo físico se vinculan al contexto social como expresiones inmersas en la cultura del país.
La transmisión de patrones de agresión de cualquier tipo tiene concordancia con las formas como se crean las relaciones de género a través de códigos culturales y cómo se comprende no únicamente lo masculino o femenino, sino también la niñez.
Ancestralmente, la violencia y el castigo, en todos sus modos, han surgido en el marco de la familia como alternativas para normatizar el hogar. Las mujeres a lo largo de la historia han sido vistas como objetos de uso a causa de las relaciones patriarcales o de dominación por parte de los hombres. Los derechos proclamados en defensa y protección de la mujer han logrado desencasillarle de los roles exclusivos de ama de casa y crianza de los hijos. El tiempo ha logrado revaluar el papel minoritario otorgado a la mujer en la sociedad y desde la Iglesia que anteriormente moldeaba a mujeres sumisas y obedientes, a toda costa, frente a sus maridos.
La tradición de la violencia intrafamiliar ha recaído también sobre la infancia. Los niños han sido víctimas del maltrato por medio de prácticas hostiles y represivas que ocasionan afectación psicológica y física en su desarrollo integral como personas. Presentada la vulneración de sus derechos, actualmente existen organizaciones como el instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) que tiene como prioridad proteger al menor como sujeto de derechos y libertades.
Ancestralmente, la violencia y el castigo, en todos sus modos, han surgido en el marco de la familia como alternativas para normatizar el hogar. Las mujeres a lo largo de la historia han sido vistas como objetos de uso a causa de las relaciones patriarcales o de dominación por parte de los hombres. Los derechos proclamados en defensa y protección de la mujer han logrado desencasillarle de los roles exclusivos de ama de casa y crianza de los hijos. El tiempo ha logrado revaluar el papel minoritario otorgado a la mujer en la sociedad y desde la Iglesia que anteriormente moldeaba a mujeres sumisas y obedientes, a toda costa, frente a sus maridos.
La tradición de la violencia intrafamiliar ha recaído también sobre la infancia. Los niños han sido víctimas del maltrato por medio de prácticas hostiles y represivas que ocasionan afectación psicológica y física en su desarrollo integral como personas. Presentada la vulneración de sus derechos, actualmente existen organizaciones como el instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) que tiene como prioridad proteger al menor como sujeto de derechos y libertades.
BASTA VIVIRLO PARA CONTARLO…
A pesar de ser un niño, Felipe Gamboa Rey guarda un fuerte rencor entre pecho y espalda hacia su madrastra, sentimiento que los hechos explican. Desde que Ruth se convirtió en su mamá sustituta, Felipe fue maltratado por ella y sometido a malos tratos a escondidas de su padre. No sólo eran golpes lo que Ruth trataba de ocultar, sino recriminaciones y amenazas.
Ahora a sus 15 años, él recuerda “Cuando mi papá me descubría los morados ella le hacía creer que me había caído o golpeado con cualquier cosa. Además lograba, a parte de todo, que mi papá me castigara por los males que hacían los hijos de ella en la casa”. Justificaba sus actuaciones con el argumento de la mal crianza de Felipe como una forma de evadir la culpa y responsabilidad ante las marcas que generó en el niño. Felipe fue tratado psicológicamente cuando todo salió a la luz.
Un ejemplo ilustrativo de maltrato del hombre hacia su pareja, sin desconocer que existen casos a la inversa, es la situación de Isabel Acosta. Antonio, su esposo, la maltrataba con golpes indiscriminados y palabras ofensivas. A causa de la falta de trabajo ella se vio en la necesidad de dedicarse a las labores de hogar. Por tanto, él suplía económicamente los gastos de la casa. Este fue un motivo de chantaje emocional y de agresión hacia Isabel.
“No podía salir de la casa porque Antonio era muy celoso y si habían problemas con nuestros hijos adolecentes, según él, eran culpa mía por mal enseñarlos y no tener mano dura con ellos” recuerda ella con nostalgia pues luego de buscar asesoría profesional fue mejor culminar con la separación.
Como Felipe e Isabel hay muchos casos. Todos actos violentos que no se manifiestan aisladamente, son repetitivos y, si no se busca una solución oportuna, se vuelven conflictos más intensos. Parte del proceso de consolidación de una familia es pasar por tensiones de diferente índole. Sin embargo, cuando el dialogo y la comunicación no son efectivos las dificultades desembocan en crisis aún más perjudiciales para todos.
CRISIS FAMILIAR BAJO EL TRATAMIENTO DE LA LEY
Las diversas formas de violencia intrafamiliar no conducen a que el Estado este al margen de la situación por tratarse de un asunto ocasionado al interior del hogar. Además, la discriminación continúa hacia grupos sociales como las mujeres, niñ@s y personas de la tercera edad ha logrado visibilización gracias a la intervención de entidades dedicadas a la labor de defensa, asesoría y apoyo a las personas afectadas.
La actuación del Estado depende en gran medida de la valoración que se ha otorgado a la violencia como conflicto. La Fiscalía General de la Nación opera frente a estas conductas en tanto ocasionen sufrimiento o perjudiquen a una persona física o mentalmente. Su labor se dirige a la recuperación de los derechos del afectado y el sancionamiento del agresor según amerite el caso.
La psicóloga Florencia Ríos señala que “La violencia intrafamiliar se considera una de las situaciones por las cuales más se recurre al tratamiento psicológico y una de las mayores causas de la falta de autoestima” Además, esta clase de violencia se convirtió en un factor lesivo para la salud pública. Se considera así por la sistematicidad y cotidianidad en que se presentan las agresiones. Cuando la victima no solicita ningún tipo de acompañamiento legal, como la denuncia, por temor a amenazas todo queda en la impunidad. Ni el Estado, ni aún la misma sociedad responden sensibilizándose ante el problema.
LA RUPTURA DEL TERRITORIO FAMILIAR
Los acontecimientos de violencia en el hogar generan emociones contradictorias como el odio, rencor, respeto obligado, miedos entre otras. Estos resultados conllevan al deterioro de la estructura del hogar funcional y armónico. El territorio familiar es un espacio de protección, aprendizaje, entrega y formación continúa de sus integrantes. La violencia lo transforma en un escenario de amenazas, sentimientos reprimidos, abusos y chantajes.
En este núcleo privado existen jerarquías que deben ser respetadas por todos. A pesar de ello, lo recomendado por especialistas (psicólogos, jueces, teóricos) es que cada uno se haga responsable de su rol, derechos y deberes consigo mismos y con los demás. Es necesario realizar un reconocimiento del entorno y ser consientes de la importancia de la igualdad y dignidad humanas. No se trata de extralimitar las actuaciones como padres o como pareja, pues como decía San Pablo “Todo nos es lícito, más no todo nos conviene”.
A pesar de ser un niño, Felipe Gamboa Rey guarda un fuerte rencor entre pecho y espalda hacia su madrastra, sentimiento que los hechos explican. Desde que Ruth se convirtió en su mamá sustituta, Felipe fue maltratado por ella y sometido a malos tratos a escondidas de su padre. No sólo eran golpes lo que Ruth trataba de ocultar, sino recriminaciones y amenazas.
Ahora a sus 15 años, él recuerda “Cuando mi papá me descubría los morados ella le hacía creer que me había caído o golpeado con cualquier cosa. Además lograba, a parte de todo, que mi papá me castigara por los males que hacían los hijos de ella en la casa”. Justificaba sus actuaciones con el argumento de la mal crianza de Felipe como una forma de evadir la culpa y responsabilidad ante las marcas que generó en el niño. Felipe fue tratado psicológicamente cuando todo salió a la luz.
Un ejemplo ilustrativo de maltrato del hombre hacia su pareja, sin desconocer que existen casos a la inversa, es la situación de Isabel Acosta. Antonio, su esposo, la maltrataba con golpes indiscriminados y palabras ofensivas. A causa de la falta de trabajo ella se vio en la necesidad de dedicarse a las labores de hogar. Por tanto, él suplía económicamente los gastos de la casa. Este fue un motivo de chantaje emocional y de agresión hacia Isabel.
“No podía salir de la casa porque Antonio era muy celoso y si habían problemas con nuestros hijos adolecentes, según él, eran culpa mía por mal enseñarlos y no tener mano dura con ellos” recuerda ella con nostalgia pues luego de buscar asesoría profesional fue mejor culminar con la separación.
Como Felipe e Isabel hay muchos casos. Todos actos violentos que no se manifiestan aisladamente, son repetitivos y, si no se busca una solución oportuna, se vuelven conflictos más intensos. Parte del proceso de consolidación de una familia es pasar por tensiones de diferente índole. Sin embargo, cuando el dialogo y la comunicación no son efectivos las dificultades desembocan en crisis aún más perjudiciales para todos.
CRISIS FAMILIAR BAJO EL TRATAMIENTO DE LA LEY
Las diversas formas de violencia intrafamiliar no conducen a que el Estado este al margen de la situación por tratarse de un asunto ocasionado al interior del hogar. Además, la discriminación continúa hacia grupos sociales como las mujeres, niñ@s y personas de la tercera edad ha logrado visibilización gracias a la intervención de entidades dedicadas a la labor de defensa, asesoría y apoyo a las personas afectadas.
La actuación del Estado depende en gran medida de la valoración que se ha otorgado a la violencia como conflicto. La Fiscalía General de la Nación opera frente a estas conductas en tanto ocasionen sufrimiento o perjudiquen a una persona física o mentalmente. Su labor se dirige a la recuperación de los derechos del afectado y el sancionamiento del agresor según amerite el caso.
La psicóloga Florencia Ríos señala que “La violencia intrafamiliar se considera una de las situaciones por las cuales más se recurre al tratamiento psicológico y una de las mayores causas de la falta de autoestima” Además, esta clase de violencia se convirtió en un factor lesivo para la salud pública. Se considera así por la sistematicidad y cotidianidad en que se presentan las agresiones. Cuando la victima no solicita ningún tipo de acompañamiento legal, como la denuncia, por temor a amenazas todo queda en la impunidad. Ni el Estado, ni aún la misma sociedad responden sensibilizándose ante el problema.
LA RUPTURA DEL TERRITORIO FAMILIAR
Los acontecimientos de violencia en el hogar generan emociones contradictorias como el odio, rencor, respeto obligado, miedos entre otras. Estos resultados conllevan al deterioro de la estructura del hogar funcional y armónico. El territorio familiar es un espacio de protección, aprendizaje, entrega y formación continúa de sus integrantes. La violencia lo transforma en un escenario de amenazas, sentimientos reprimidos, abusos y chantajes.
En este núcleo privado existen jerarquías que deben ser respetadas por todos. A pesar de ello, lo recomendado por especialistas (psicólogos, jueces, teóricos) es que cada uno se haga responsable de su rol, derechos y deberes consigo mismos y con los demás. Es necesario realizar un reconocimiento del entorno y ser consientes de la importancia de la igualdad y dignidad humanas. No se trata de extralimitar las actuaciones como padres o como pareja, pues como decía San Pablo “Todo nos es lícito, más no todo nos conviene”.